lunes, septiembre 29, 2014

#2 – La pesadilla

El mar casi me mató. Dos veces. Una fue traumática, la otra no tanto.


La no traumática.

La primera vez tenía 12 años, jugaba con una amiga (de esas amigas de verano con las que uno nunca vuelve a hablar) a saltar las olas en la orillita. Sin mucho riesgo. Siempre le tuve respeto al mar. Nos habíamos alejado de nuestras familias porque complejo de pre-adolescente odiemos a todo el mundo y seamos independientes, bla bla bla. De repente la resaca se puso brava, mucho más fuerte que las olas, y me empecé a alejar de la orilla sin quererlo: simplemente no tenía fuerza para nadar hacia adelante.

Y así, casi sin darme cuenta, llegué a estar muchos metros mar adentro. Veía a mi amiga del porte de una hormiguita que saltaba desesperada para todos lados. Después dejé de verla. No habían olas ya en la parte donde estaba, sólo tranquilidad. El mar se movía calmadamente, yo flotaba. Y seguía mirando. Y pensé: "OK. Aquí me morí.". Me acuerdo que lo pensé muy tranquilamente, estaba semi en paz asumiendo que estaba viviendo los últimos momentos de mi vida. No sabía cómo iba a ser, claro, porque estaba todo súper tranquilo. No me estaba ahogando, no me estaba atacando algún bicho marino (me dan mucho miedo los monstruos marinos que estoy casi 100% segura que existen), no estaba realmente muriendo.

En ese momento –que en realidad debe haber sido un eterno mini instante– alguien me agarró el brazo. Era el salvavidas, mi amiga de verano, a quien nunca volví a ver, le había ido a avisar de la situación y él me fue a buscar. De ese momento en adelante se perdió toda la calma de la lejanía donde había estado: a la vuelta a la orilla nos reventaron infinitas olas encima. No me acuerdo tanto de esta parte de la historia, sólo de haberme dado muchas vueltas en el agua y cagarme de susto en el proceso, hasta que llegamos a la orilla.

Siempre he sido de esas personas que no le dan mucho peso a las situaciones, y cuando salí, en medio segundo hice como si nada, como si nunca hubiese pasado por el "OK. Aquí me morí." de unos minutos atrás. Miré al salvavidas, le di las gracias como le daría las gracias a alguien que me recogió un papel que se me cayó al piso. Como si nada. Volví donde mi familia, no les conté nada hasta más tarde de vuelta en la casa. Mi mamá lloró, mis hermanos me retaron, yo como si nada.


La traumática.

Esta vez era más grande, tenía 15 años, vacaciones de invierno con la familia de una amiga (con quien tampoco volví a hablar después de que se fue del colegio) en Algarrobo. Mis tierras. O las tierras de mi corazón (yiaaa). Estábamos en Bahía de Rosas, Algarrobo Norte. Allá el mar es terrible, no es apto para bañarse, ni siquiera para mojar las patitas en la orilla, así de bravo. Más al norte está Mirasol, mi lugar más favorito de todos mis lugares favoritos del mundo (al menos de los que conozco hasta el momento). La playa de Mirasol sí que es terriblemente brava: olas enormes, muchas rocas. Yo sugerí que fuéramos a visitarla.

Y partimos con mi amiga a visitar la playa de Mirasol. Al final de Algarrobo Norte había un roquerío que si lograbas escalar podías cruzar al otro lado y estar en la playa de Mirasol. El problema es que yo era (soy) muy pajera y se me ocurrió que era mejor idea cruzar por abajo, cuando las olas se recogieran correr por la arena hasta llegar a la otra playa. Era un plan brillante (no).

Miramos un rato cómo 'funcionaban' las olas. Cuánto duraba la playa despejada cuando se recogían, cuánto tiempo teníamos para correr hacia el otro lado. No se veía complicado. Mi amiga cruzaría primero. Y cruzó. Y cruzó bien. Me gritaba "¡DALE, DANI!" y yo, obviamente, me empecé a cagar de miedo, en realidad siempre me dio mucho susto el mar, pero cómo iba a ser tan cobarde. Esperé a la próxima recogida de olas y empecé a correr. Pero JUSTO esa recogida de olas era anormal, venía otra ola como "por debajito" (no sé cómo explicarlo, no sé de olas, pero venía otra escondida, ese es el punto) y me chocó. Y me chocó con ganas.

Choqué contra las rocas, sentí que mis chalitas se me salían, me pegué en la cabeza, me atonté. Miedo infinito. Estaba a punto de volver a pensar "OK. Aquí sí que me morí.", pero a la mitad del pensamiento alguien me agarra el brazo (uf) y me sostiene con fuerza. Era un caballero x con su familia, estaban paseando en las rocas y justo me vieron cuando estaba a punto de correr (creo que estuvieron al lado mío todo el tiempo pero no los noté) y cacharon lo que me había pasado y, en resumen, me salvaron.

Me levantaron y salí. Esta vez no tan "como si nada", pero sin dimensionarlo mucho aún. Estaba yo moreteada entera, empapada, tiritando, sin zapatos. Cachando que me había salvado de nuevo, y por poquito. Esta vez les di las gracias con ganas, con abrazo, lo sentí mucho más que la vez anterior. Ahí apareció mi amiga, no cruzó por la playa sino que por arriba esta vez. Me agarró y me llevó de vuelta al departamento. No me acuerdo absolutamente nada del camino de vuelta.

Llegamos al departamento y le contó a su mamá. Nos retaron ENE. Su mamá nos dijo "quiero que mañana me lleven a ver el lugar para ver qué tan peligroso era y retarlas más" (probablemente no fue así lo que nos dijo, pero algo así recuerdo). Y fuimos al día siguiente. Llegamos al lugar y pasó algo medio mágico: una de mis chalitas que había perdido estaban en la punta de la roca donde estaba la familia que me había salvado. La guardé, decidí no perderla nunca. Obviamente, la perdí. Pucha.


La conclusión.

A raíz de estas bonitas experiencias que les acabo de contar, empecé a tener pesadillas en extremo recurrentes con el mar. Siguen hasta el día de hoy. Siempre sueño con marejadas, tsunamis, roqueríos. Que estoy en un auto por la calle principal de Algarrobo y se empieza a salir el mar, que las olas llegan al auto, que me voy a morir.

¿Por qué cuento esto hoy? Porque anoche se dio vuelta la tortilla: esta clásica pesadilla se convirtió en sueño. Soñé que estaba con mi familia en Algarrobo, y el mar se salía. Pero no era terrible, era como ese juego "Tsunami" de Fantasilandia. Nos poníamos por turnos en un lugar para afirmarse y disfrutábamos cuando llegaba la ola. Desperté en shock. Ahora para mi inconciente una marejada era algo entretenido. ¿GUAT DA FAC? Puedo intentar interpretarlo. Pero es una interpretación súper personal. Sólo quería contarlo, porque me tiene muy feliz.


En fin.

Wall of text nivel Dios. Parte de 'entendamos a la Dani' tiene que ver con entender mi miedo al mar. O mi ex miedo al mar. O lo que sea. El punto es que quizá las cosas están cambiando incluso a nivel inconciente. That's nice.


Suena: Better Days – Edward Sharpe & The Magnetic Zeros

domingo, septiembre 28, 2014

#1 – El porqué

Hoy, sábado 27 de Septiembre de 2014 –bueno, técnicamente ya es domingo pero no cambia el día hasta que no me duerma, así que es sábado aún–, me desperté de milagro a la hora que me tenía que despertar para llegar a mi compromiso con las Buenas Lenguas. No había puesto alarma y me había dormido 4 horas antes con una generosa (aunque no tanto) cuota de copete encima.

Y desperté.

Y desayuné.

Y me duché.

Aquí el por qué. La ducha. ¿Han cachado que en la ducha a uno se le ocurren siempre las mejores ideas? Bueno, no sé si las mejores, pero en general el mate empieza a divagar. Ahí pensé: "¿cómo chucha me desperté hoy? siempre me pasan hueás raras, debería escribirlas". Y seguí pensando. Y llegué a la ideita de crear un blog autobiográfico, anecdótico y de cero influencia, para compartir esos momentos extraños y otros no tanto.

Además siempre he creído necesario dejar anotado en algún lado qué quiero que hagan –y sobre todo lo que quiero que NO hagan– en caso de que tenga un accidente (que probablemente sería en extremo estúpido) y "deje de existir" (siempre me ha dado risa esa expresión). En todo caso me muero de paja morirme ahora sin haber hecho tanta cosa que quiero hacer en la vida. Valga la redundancia.

Y yo: Daniela Valentina Hidalgo Soto. Nací bajo el sol en Leo y la luna en Tauro en la madrugada del 22 de Agosto de 1989. Estoy estudiando, a duras penas, Ingeniería Civil Industrial en la Universidad de Chile –famoso y queridísimo Beauchef–, donde me queda aún un bello año más (si todo sale bien, así que crucemos los deditos y prendamos un par de velitas por el rendimiento académico de la dani en este semestre).

Como pensamiento inicial: estoy en un proceso de cambio heavy. Onda, no sutil. Desde cambios prácticos (se me viene un cambio de casa tan radical que será cambio de vida) a cambios súper internos que me tienen bastante feliz, aunque también con una no despreciable cuota de ansiedad.

En fin, esta es la introducción de lo que pretendo que sea este mini espacio que ocuparé de la nube. Siento que tengo tanto que contar que me va a costar dosificar, pero confío. Confiemos. Es bonito confiar.

Tocaciones.

Suena: Mr. Blue Sky – Electric Light Orchestra